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Cultura
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POR J.J.CABALLERO
DESDE EL JERGÓN
Publicado el 16 de Septiembre de 2019, Lunes

Lourdes Paredes Cuellas

Cultura -

Busquen en otras fuentes. Diríjanse al fondo a la derecha, pero utilicen la entrada de servicio que se sitúa a la izquierda y no miren al centro, que es por donde normalmente llueven más mentiras. Lo grisáceo de las nuevas nubes conforman el nuevo universo cotidiano, al que volveremos tras desengañarnos una y mil veces más. Analicen el agua cristalina, contaminada solo de palabras sin vocales, manando en lenguas ininteligibles y escapándose entre los dedos incrédulos. Si será esta la última oportunidad de renovarse o vivir, si volverán los oscuros balcones a posar las golondrinas de la desilusión a estos ventanales oblicuos, o si nos alarmarán con falsos avisos de tormenta antes de dormir la siesta es algo que aún está por descubrirse. Acudan a ríos de información más fidedigna, aquí ya hay poco que rascar.

Hagan de las interacciones casquivanas la nueva moral del tiempo. Rieguen con suposiciones mundanas el viejo peral del sueño. Jueguen con adicciones tempranas al eterno rival del cuento. Todos, todas, sin solución de discontinuidad, saben que algo va a pasar cuando alguien encuentre la bolsa azul al lado del cubo de la basura, o a lo mejor junto a la base del váter, delatando a los clones que allí dejaron huella con el apremio del chute veloz, a la velocidad del trueque que monitoriza los pensamientos, sin pensar en la música que acuna a los justos ahí afuera. Posiciones inveteradas a través de la rendija. Rendiciones impenetradas bajo una luz fija. Puntuaciones inesperadas guiadas por sucias manijas. Atrás, por detrás, hacia adelante, delante de mí, de ti, de lado anterior y posterior. No se puede mirar a línea de horizonte alguna, siempre encuentran algo más allá.

No se esfuercen. Son unos mostrencos de padre y muy señor mío. De padrenuestro y señorío. Para qué excederse en la consideración de que habrá quien prefiera escuchar si al final lo único importante es que todo el mundo esté contento de haber llegado a la meta. Fijada o prefijada. Finita o infinita. Mutable o inmutable. En los opuestos está el gusto y en los supuestos el disgusto. Lo mismo que entraron saldrán por el rabillo del ojo y la puerta encajada en las pupilas, reflejando un deseo inacabado, inapropiado desde que brotó de la nada más dañina. A la confusión de la turbamulta enfurecida nos sumaremos después de dormir, si al abrir los párpados aún somos conscientes de lo que somos. Cada vez menos, para ser sinceros, pero embravecidos por la postrera llama que nos guiará. Como se puede suponer, siempre necesitamos de otros para completarnos a nosotros mismos.

Mirada torva para un futuro sin avisar. Antes de que llegue, sin billete y sin pasar por el control de aduana, estaremos preparados, con el labio inferior tenguerengue y resabiado, aguardando los diálogos zafios y las respuestas envaradas, tan furiosas como los ojos que las asolan a preguntas y tan llenas de odio como de mal oído. Esa suele ser la causa de varios males menores, nunca causantes de nada que no sea temor. La gente no escucha, nos gritamos una vez tras otra, y la pescadilla no se muerde la cola porque no le alcanza la saliva. Se guarda para esputar con la espita del espanto encima de quienes creemos que no lo merecen. Hágase la justicia y haláguese la estulticia. Esto, como diría aquel que no habla, es algo muy pequeño, minúsculo y casi inexistente, no hay que darle tanta importancia más allá de lo que cada uno entienda. Hay que pasarlo mal para pasarlo aún peor. Pero sin insultar, no vayamos a traspasar otra frontera.

No es por ser sicalíptico, pero los juegos íntimos habría que perfeccionarlos. Por la razón peregrina de que es una de las pocas cosas en las que refugiarse cuando todo se derrumba y los fenotipos de turno amenazan con presentar otra solicitud al concurso oficial de hipocresía. Ya pasaron el meritoriaje correspondiente, ahora solo sirven para pasar pruebas que otros en su sano juicio y facultades tendrían problemas en aprobar. Bastaría con regar los esquejes y vigilar de noche, tan solamente necesitarían otro aplauso y alguna sonrisa sobrante para volver por donde vinieron y por donde se tendrán que marchar. Deberían decirles que no se atrevan a pronunciar el nombre del demonio en vano por muchas veces que se hayan encomendado a su memoria, y si después de todo resulta que no somos tan distintos siempre habrá un oasis en pleno desierto en el que bañar nuestra paciencia. Sin mirar atrás, pero sin querer saber nada de la sequía mortal que nos acecha.

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