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Cultura
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POR J.J.CABALLERO
DESDE EL JERGÓN
Publicado el 15 de Junio de 2018, Viernes

Lourdes Paredes Cuellas

Cultura -

No hay forma de hacerles entrar en razón. Es como darse golpes en la cabeza con la cabeza de otro, frente a una pared vacía y blanca de palabras e ideas. La idea inicial no era esta. La adaptación que del cuento nos hemos visto obligados a hacer nos deja desarmados, desnudos e inciertos como un día de huracanes repentinos. Quizás no estábamos tan preparados como pensábamos. A la desvergüenza la llaman poca vergüenza. Eran dichos antiguos, transmitidos de padres a abuelos con la misma nula injerencia de las emociones nunca experimentadas. Es de dominio público que en estos dominios solo publican quienes no tienen nada que decir. Solo los hijos no consentidos podrán dormir tranquilos. ¿Alguien va a levantar la mano para pedir turno o para despedirse de él? Yo no seré el que los contradiga.

Aticismo en oradores impasibles. Imposibles las razones más vagas. Vagancia en las palabras y frío en las frases. Fraseos impronunciables. Pronunciados los versos en contra. Contrariados unos y orgullosos los otros. Otrosí que quema en la sentencia. Sentenciados a la vida y orgullosos de morir. Moribundos los que meditan la mejor forma de existir. Existencias limitadas en la trastienda. Tras la tienda reposan los perros del amanecer. Atardeceres de piedras rojas y playas lejanas. Lejos de todo, cerca de aquí, a medio camino de ninguna parte. Partes pudendas en artes pudientes. Pudiendo luchar para qué vamos a hablar. Hablo, luego no otorgo. Otorgados premios a cualquier precio. Preciados días de mayo que se van como agua corrediza. Corren, dicen y vuelven a correr. Correrías antiguas y campos de cereza. Cerveza y vino y viandas de guardar. Guardemos la ropa en el armario de los recuerdos. Cuerdos que se dejan colgar de cuerdas. Cuerda para rato. Ratas y matarratas. Matar por matar. Atar los cabos y abandonar. Abandono, renuncia, compasión. Con pasión y alevosía pero sin nocturnidad. 

Demasiada impudicia bajo las axilas. No nos sentaron bien los banquetes que llenaron las barrigas del vecino de abajo, que se empeña en demostrar su condición de homúnculo empuñando armas que le llegan por catálogo, catalogándose a sí mismo como parte de él. No es el único dedicado a esquilmar los derechos del prójimo como el próximo cruce a la derecha lo engullirá en su propia revolución. Nadie asistirá a su entierro porque no habrá nadie que sepa que ha muerto. Es triste, ¿verdad? Más triste es pedir para ti mismo lo que no quieres para los demás. O decir que ojalá todos pensaran como tú cuando en realidad nunca deseas que haya nadie a tu altura. Afortunadamente, los tristes de pensamiento, obra y omisión nos dedicamos a otra cosa, aunque no sea más que a vivir de las restas y los restos de naufragios que recogemos con mimo y paciencia. Es nuestro intento más enconado, el empeño más prolongado y el esfuerzo menos recompensado. Nada nuevo bajo el sol de media tarde.

Son seres abyectos. Faltos del menor hervor. Escasos de razones. Afligidos porque el mundo no les resulta atractivo. Volátiles en su contumaz torpeza. Para parir la verdad hay que partir la paridad. Por resumir la maldad hay que asumir la crueldad. Es lo que hay, no me lo invento ni lo maquillo. Decían que hay que decir lo que se piensa sin pensar lo que se dice. No estoy de acuerdo. Se debe pensar lo que se piensa y decirlo como se dice. Que sea correcto o no, hay más oídos que jueces, y muchos más silencios que bocas dispuestas a cualquier cosa. El precio de la libertad, a eso es a lo que se aspira. Se respira y se suspira. Se sucumbe y se retumba. Se amaña y se araña. Se sabe y se cabe. Se asiente y se resiente. Se firma y se forma. Se responde y se corresponde. No hay mal que otro no pueda aliviar.

No hay dizques que valgan. Siéntense a masticar las ordalías con las que condenarán o absolverán al juicio colectivo. Con la advección de nuevos males alcanzaremos renovados y mejores remedios. Al viento no le daremos la respuesta esta vez, a tenor de los húmedos acontecimientos. No necesitamos ya matar al mensajero cuando no nos trae la carta que esperamos. Solo basta con que escribamos algo en contra de nosotros mismos y esperar la nueva entrada en el buzón. El texto se vuelve tornasolado, con multitud de tonos grises que no podrán ser apreciados, y nos seguiremos dando cabezazos con otras cabezas, mucho más descabezadas que las que aún nos hacen rodar por el mundo con el cuchillo entre los dientes.


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