Publicado el 18 de Septiembre de 2017, Lunes Lourdes Paredes Cuellas
Opinión - Berlín, Paris, Niza, Barcelona, Cambrils. Las tragedias que ocurren en nuestras ciudades, también ocurren, multiplicadas, todos los días, en Bagdad, Damasco o Kabul. Podemos insistir en nuestra unidad, en la fuerza de nuestra sociedad y nuestra democracia. Podemos gritar "No tinc por!". Y hay que hacerlo. Pero no podemos olvidar y seguir mirándonos el ombligo. Esta historia empezó solemnemente en 2001, como lo proclamó George W. Bush y más de 16 años después y muchos frentes (en Irak, Afganistán, Libia, Chad, Siria, Mali, Yemen) seguimos igual, es decir, peor.
Podemos seguir lamiéndonos las heridas. Tenemos muchas formas de mitigar el dolor: el estado de bienestar, el fútbol, banderas, nacionalismos, la hipoteca, el último modelo de coche, etc. Y las redes sociales, como facebook, están al servicio de nuestros bajos instintos para dar rienda suelta al odio y así proclamar públicamente nuestra ignorancia y nuestra estupidez sin pudor. Porque solo la ceguera explica que pretendamos seguridad y tranquilidad en nuestro primer mundo, mientras que en el resto del planeta se sufren guerras que producen miseria, hambre y apropiación de las riquezas naturales. Solo el terror consigue que se mate a terroristas y nadie ponga una nota discordante o plantee dudas del modo en el que se ha acabado con ellos. ¿Es lo mismo vivos que muertos? En democracia, en un país sin pena de muerte, no debería ser así.
Y es que estamos en guerra. Pero el enemigo no es solo el Daesh. Las causas tienen mucho que ver con el reparto de la riqueza, con los intereses económicos de las grandes industrias y los políticos que ejercen el poder para beneficiar a éstas. Hay muestras claras de que el dinero que financia a grupos terroristas sale de la misma caja que financian proyectos realizados por empresas de EE.UU. de la U.E. o incluso España. Estamos en guerra, pero ¿por qué no empezamos por dejar de vender armas? Ah, me olvidaba, lo primero es el beneficio económico y llenar nuestros coches. Entonces, la guerra debe continuar. Aunque a veces, en nuestra propia casa, suframos daños colaterales. Que no nos toque, no hay miedo. O sí
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