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Cultura
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POR J.J. CABALLERO
DESDE EL JERGÓN
Publicado el 16 de Marzo de 2017, Jueves

Lourdes Paredes Cuellas

Cultura -

Nadie duda de la capacidad de duda de quien la suda desnuda. Es solo un instante, una vacilación mínima, una gota de sudor resbalando por las axilas del amanecer, y toda una eternidad para seguir dudando hasta de uno mismo. Cuando se anuda ruda y testaruda a tu cuello para desalmarte y desarmarte por momentos lo más inteligente que puedes hacer es dejarla actuar, amarrarse a otra noche de insomnio y proferir en mil gritos de molestia. Aunque a nadie le importe, a estas alturas del reloj lo único que cuentan son los minutos que aún no han cubierto las agujas. Horas de incertidumbre que vuelven a adornar los segundos ya muertos. Lustros inciertos de ciertos disgustos. Maneras amaneradas hambrientas de manierismos. Rebusquen la nueva duda bajo las sábanas y cuenten abejas antes de dormir. 

A su ya conocido beneficio se arriman los réditos recientes, sin créditos crecientes ni méritos remanentes que puedan avalar futuras operaciones sin futuro. El único cabestro capaz de callar los hocicos del pollino acaba de romperse y las manos que tiraban de las cuerdas ahora son incapaces de sostener a sus propios brazos. De los hombres mejor ni hablar, igual que de los hombres sería peor callar, por muy pocas palabras útiles que nos queden entre los dedos. Escasea el conocimiento y se escancia el sentido común. La condición de chupasangres que nos poseyó desde la concepción puede llegar a morder en nuestra contra sin que nos dé tiempo siquiera a verla llegar. Se acercará por la espalda, dará la vuelta en el tejado y entrará por la chimenea, a traición, con tradición y tracción a las cuatro patas, con las que cavará la tumba que aún deberá esperar tiempos mejores. Mejor es que nunca tengamos que ocuparla. Ocupar la tierra para mancharnos. Marcharnos hacia ninguna parte. Parte de todo esto es algo mucho mayor que algo de toda esta parte. Parten y reparten para perderse la mejor parte. Aparte de todo lo dicho, la voz de los petulantes se hace inaudible y sus propios personajes se antojan ininteligibles. Para los artistas, pan y circo. Para sus aristas, paz y cinco promesas por cumplir, las que nunca se llegan a conocer y surgen a cada paso para hacerse más eternas. Por suerte, ya estamos acostumbrados a negarlo todo. Aquellos polvos y estos lodos.

Por si queda alguna componenda por desmontar todavía se encuentra algún corazón ultramontano en la sala, que nadie se ofenda. Como coacción o argumento a debate se admite cualquier derivado del feldespato que le añadimos al guiso de cada desayuno. Así de químico es el destino del atribulado medio. A los de arriba no los hacen tambalear los de abajo, a los del centro se les succiona media sangre desde ambos suelos y los de fuera, que somos meros espectadores plantados ante un rectángulo infernal, no podemos más que claudicar y asumir que ya no hay remedio, que la fe está total y absurdamente perdida y que la humanidad es una subespecie que solo merece caducar hasta la total extinción en una fiesta sin final ni objetivo posible. Como espectáculo no ha estado nada mal, pero las extremidades se quejan de estatismo y las lenguas ya no saben cómo entrelazarse con otras para procrear nuevos sonidos de incomunicación. Erguidos pero no perdidos, prendidos pero no prendados, prensados pero no pensados, punteados pero no penados. A pinceladas cinceladas a granel nos diseñan mientras nos enseñan el panel de instrumentos a utilizar. Que venga el dictadorzuelo de turno a enseñarnos la nueva doctrina que repetiremos como papagayos orgullosos de no tener pico ni pala. Hacia dónde venimos, de dónde vamos, qué estamos, quiénes somos. Por fin una frase con sentido. No quedan muchas, no vayamos a emocionarnos.

El cainismo nos salvará, que a nadie se le olvide. Ese inagotable sentimiento de animadversión hacia semejantes y allegados a otros ha llegado a asemejarse a una versión animosa de nosotros mismos. Como ánimas en pena que empeñan el desánimo y no le ven nunca el final al renglón, estamos condenados a acoquinar a quien se ponga por delante. Que nadie se dé por aludido, el trayecto es elusivo y la niebla que intenta cegarnos muy poderosa, tanto que se le ven los dientes negros al incrustarse en su pecho. Allá al fondo, muy al final de la bruma, hay ruedas intentando despejar la ruta y ojos que todo lo ven que no son capaces de mirar fijamente. Iluminados aquellos cuyas pupilas dilatan al tiempo, porque de ellos será el reino de los ciegos. Ábrase su voluntad así como la nuestra perdona a los que nos comprenden, y crezca la nueva semilla libre de todo mal. Como la luz que se cuela bajo la puerta de salida, la promesa de un futuro peor yace entre las cenizas de ayer. Puede que estemos salvados.


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