José Gordón Márquez

Azuaga - CARTAS DEL LECTOR -

Bajo el cielo estrellado de una noche fría, el llanto de un recién nacido hace palpitar el campo, los árboles, el río. Su madre, María, con la alegría que es oración, le da calor abrigándolo en su pecho mientras acaricia su cabecita. José, hombre corpulento, la mira apoyada en su cayado con amorosa mirada, disuelta la sombra de la duda para siempre. Porque, ¿qué ser humano no cayera en incertidumbre ante Misterio tan grande? Tan grande, que no se volverá a repetir en toda la Historia de la Humanidad. 

El pequeño cuerpo rosado y diminuto entonces, de quien iba a ser el Hombre más prodigioso y admirado del mundo, llora temblando de frío. Años después, se estremecerá clavado en un madero diciendo que tiene sed. Pero esa sed era de Amor, y ese Amor atraerá a muchas almas hacia Él.  

Y ¿qué decir en esta noche Magnífica de su nacimiento? Pues que Él con su venida iba a ser la esperanza de muchos necesitados en todos los tiempos, y más en estos tiempos de crisis. Aquel llanto de Belén era el prólogo del llanto actual de los parados y sin esperanzas, cuyo número va en constante progresión. Pero, la estrella de Belén, hizo flamear en los corazones y en los pechos honrados la llama del amor que con sus lenguas de fuego nos empuja a ser solidarios procurando cubrir las necesidades de quienes nada tienen. Con esto, los ricos se confunden y se empobrecen, y los solidarios se enriquecen en su espíritu. Un caudal de manos limpias, pues cuando Dios entra en escena lo humano se convierte en divino. Nosotros, los peregrinos, en estos días hacemos más fácilmente la paz, nos perdonamos, nos abrazamos, aunque las guerras sigan existiendo nos damos cuenta con mayor claridad de la necedad y la locura por nuestras envidias y rencores. 

La llama viva del pesebre, las benditas lágrimas del Niño, su grandiosidad que atrajo a oración a pastores y reyes, nos siga atrayendo a todos aún después de Navidad, para hacer un poco mejor este alocado mundo.